Alguna vez fue el gran parque de diversiones argentino, como lo llamaban los diarios de hace más de veinte años atrás. En Callao y Libertador, donde la fiesta de luces y la variedad de colores más excéntrica se mezclaban para recrear un mundo de fantasía, hoy sólo resalta el verde del Parque Thais.
Hay una banda, Don Adams, que le hizo un homenaje. El tema se llama, por supuesto, Italpark. Muy ochentoso y melancólico, apunta directo al recuerdo de épocas felices. Una de sus estrofas pone en palabras mejor que nadie lo que el parque significó para más de una generación. Dice así: “No tengo la maquinaria / Ni algún rulemán / Cualquier souvenir me alcanza / Para materializarte”.Y esos sourvenirs están desparramados por todos lados. Los más raros se subastan en internet. Cuponeras de los juegos de 100 a 200 pesos, fichas originales de los juegos a más de 200, unas pocas malas fotos a 40 pesos y unas remeras comunes pero con la inscripción del nombre del parque a 25 pesos. Hay otros más valiosos y no tienen precio.
Perdido en un foro donde se discutía el nombre verdadero de la montaña rusa “nueva” está Cristian Crovato de 28 años, hijo de Antonio, un trabajador del parque durante treinta años. Cristian pasó toda su infancia en el Italpark, su abuela era boletera y su padrino tenía un puesto de venta de muñecos. Lejos, las mejores anécdotas y los secretos más divertidos del detrás de escena del parque.“Tengo los mejores recuerdos de mi vida, crecí en el parque, yo creo que debe ser comparable a la gente que crece viviendo en un circo. Éramos como una gran familia”, cuenta y recuerda que cuando llegaba al Italpark, lo primero que hacía era buscar a algún compañero de su papá y le pedía que lo ubiquen por radio para ir verlo. “Lo podía encontrar en algunos de los talleres, a lo mejor estaba debajo del samba o adentro del tren fantasma que también tenía un taller”. La anécdota más divertida de Cristian es cuando iba a buscar a su papá al tren fantasma se subía en el coche como todo el mundo pero una vez adentro, a la altura de donde sabia que estaba el taller oculto, se bajaba y se quedaba ahí un rato largo. “La gente veía entrar un coche con un chico y al ratito salía el coche vacío”, dice con picardía.
El parque que abrió en 1960 tenía más de 35 juegos en su mayoría hechos por sus dueños, los hermanos Zanón, que lo llamaron Italpark en honor a su tierra natal. Luis y Adelino Zanón emigraron de Italia con el fin de la Segunda Guerra Mundial. Se quedaron sin trabajo, fabricaban misiles para Japón y Alemania. El destino elegido fue Uruguay donde modernizaron e hicieron crecer el Parque Rodó de Montevideo. Después de unos años se les presentó la oportunidad de venir a Buenos Aires cuando ganaron la licitación del predio donde levantaron el Italpark, que al principio tenía sólo los juegos traídos de Uruguay. De a poco el parque comenzó a funcionar muy bien y a los cinco años de su inauguración ya era un éxito total.
Muchos tienen una galería de imágenes de aquellas épocas en la cabeza, de esas jornadas que alternaban juegos, colas, gaseosas y amigos durante varias horas. “Me acuerdo como si fuera hoy que cuando comenzaban las vacaciones de invierno íbamos como destino fijo al Italpark con mis compañeros del colegio. Nos tomábamos el tren hasta Retiro y de ahí caminábamos varias cuadras por Libertador hasta la puerta. El juego que más nos gustaba era el matter horn que estaba todo el tiempo a punto de darse vuelta por completo. Había dos montañas rusas la vieja como la llamábamosnosotros que tenía carritos sueltos y de golpe caía al vacío ¡qué sensación de vértigo y el estómago que se te bajaba uh!. La nueva era como un tirabuzón, te dejaba con la cabeza abajo... cuánta adrenalina!! Igual el más divertido era el samba, no parábamos de reirnos desde que subíamos hasta que nos bajábamos. Terminábamos todos cansadísimos comiendo waffles de dulce de leche en The Embers o en Pumper Nic”, dice con añoranza Karina Mena de 36 años.
Autos chocadores, Autos sprint, Dumbo, Matter Horn, Pulpo, La Gruta de los fantasmas, Samba, las Tazas, el Barco, Twister y el Laberinto del terror son los juegos más recordados por la gente a la hora de poner a prueba la memoria. Pocos se acuerdan de las publicidades, pero algún señor cuenta en un foro que una de las más conocidas decía: “Papito llevame al Italpark...uhuh. Mamita llevame al Italpark uhuh. Yo quiero andar en los autitos chocadores, las sillas voladoras y muchos juegos más". Y otra más: “Todos lo conocen a Máximo Disfrute, Máximo Disfrute está en el Italpark. El Italpark es grande, ¿adónde lo encontramooooooooos? En los ojos de tus hijos lo hallarás". Hoy estos jingles suenan decadentes, pero eran otros tiempos... la época de mayor esplendor del parque fue durante la década del ochenta, pero anteriormente había funcionado en plena dictadura militar.
“La montaña rusa nueva se llamaba Corkscrew”, sentencia Cristian en el foro, que no deja de asombrar con sus historias y conocimientos sobre el parque. “Mi abuela tenía un amigo en común con mi papá, así se conocieron y así fue que ella los presentó. Mi mamá tenía 16 años y mi papá de 33. Se enamoraron y se casaron. ¿Dónde hicieron la fiesta? En el Italpark claro, ellos siempre dicen que faltó que uno de nosotros hubiese nacido en algún juego y la historia sería totalmente fuera de lo común”, se divierte Cristian.
Muchos chicos cruzaban la capital y más para llegar al parque, otros estaban más cerca de la diversión. Carlos Goldín, que hoy tiene 35 años estaba a un paso, envidiable lo suyo.“En 1981 vivía a tres cuadras e iba con mis hermanos Paula y Juan. Recuerdo casi con exactitud todo el parque, lo primero que había era un juego en miniatura para estacionar un auto y a lo último la montaña rusa con loop, todo un logro para la época sobretodo comparándola con la vieja Super 8 Volante. Pasé muchas horas ahí y comí infinidad de copos de nieve. También recuerdo que de tanto en tanto a mi mamá le regalaban unas chequeras gratis. La entrada a los juegos eran fichas de colores y el tren fantasma siempre pero siempre me pareció un cagada”. Un dato curioso es que los autitos a escala que recuerda Carlos, fueron creados y vendidos a los dueños del parque por el papá de Cristian. Se manejaban con un volante tipo control remoto y si se chocaban contra la pared mientras se entraban a una cochera, hacían sonar una alarma.
La fiesta Italpark no estaba económicamente al alcance de todos, para algunos ir era un acontecimiento poco cotidiano y tener la chequera completa era un sueño hecho realidad. El parque funcionaba también como locación para diversos espectáculos. Se filmaron películas de Olmedo y Porcel, Carlitos Balá y los Superagentes. También pasaron por ahí Los Parchís, que en los ochenta eran furor en nuestro país.
Historia graciosa es la de Karina Aguirre. “En séptimo grado cuando nos rateábamos o los fines de semana, nos íbamos con mis compañeros al Italpark. En el barco, supuestamente encantado, cuando pasabas por los pasillos oscuros y con pisos movedizos siempre había algún piola que te tocaba el culo”, dice. “Cuando fui al laberinto del terror empecé a sudar frío...no me preguntes por qué pero me empezó a agarrar pánico, además decían que en las puertas que se suponían salidas de emergencias en realidad había mounstros esperándote. En un momento había un pasillo que terminaba en una jaula y ahí pegaba la vuelta, de la jaula salía un mounstruo horrible que te corría unos metros y volvía a la jaula... yo quedé atrás mirándome con el mounstruo que había cerrado la jaula pero que cuando yo amagaba a pasar sacudía los barrotes. Me moría de miedo entonces empecé a decirle: señor, yo se que abajo de ese traje usted es una persona, pero yo tengo miedo, por favor, déjeme pasar, no me haga nada” .
“El laberinto del terror era una carpa con gente disfrazada que iba recorriendo diferentesambientes”, dice el chico Italpark, o sea Cristian. “Se juntaban grupos de personas y se los mandaba adentro. En medio de los decorados salían los pibes vestidos de diferentes bichos y te pegaban un buen susto, nunca sabías de donde te iban a salir, te aseguro que a mucha gente la tenían que socorrer y sacarla por una salida de emergencia, algunos hasta lloraban.Yo me quedaba atrás de todo del grupo e iba como ellos por el recorrido establecido, con la diferencia que yo ya conocía los lugares en dónde estaban los mounstros, así que me divertía mucho viendo la reacción de la gente. Aunque tengo que aceptar que cuando entraba solo, por más que sabia como era todo, igual me asustaba bastante”.
Marcelo Bordoli hoy tiene 39 años. Entusiasmadísimo comienza a hablar sin parar: “Era como tocar el cielo con las manos. Recuerdo que antes de las vacaciones de invierno en el colegio nos daban un pase de regalo que contenía tickets para algunos juegos (generalmente se repetía el juego menos taquillero). Entonces nos juntábamos un grupo y algún sábado por la tarde nos tomábamos el 17 que decía Wilde – Italpark”. Su juego preferido era el Super 8 Volante. “Era la única montaña rusa, después pusieron la nueva que era más o menos como estar en un simulador de la NASA, tenía un recorrido corto pero muy vertiginoso con un doble tirabuzón que ponía en juego la retención en el estómago del pancho y la coca”, dice y asegura que eran momentos de felicidad pura. “En esa época no había mucho para elegir en ese rubro. El Italpark no tenía competencia y eso se reflejaba en el precio”.